miércoles, 27 de noviembre de 2013

Cuando se agotaron los símbolos

Leo el Diario anónimo de José Ángel Valente. Su hijo muerto rompe brutalmente con la insistencia en la palabra poética.
3 de septiembre de 1989. El 28 de junio murió Antonio. Yo llegué a Ginebra, desde Almería, en coche, el 30. [...]
La terrible imagen del viaje desesperanzado de un padre. Pisa el acelerador para contemplar a su hijo muerto, yacente. La secreta desolación sin nombre que es el desierto andaluz desaparece de golpe. Esta cita está despojada de mística, del lenguaje de las aves, de símbolos. Un mazazo en el pecho directo. Almería, Murcia, Alicante, Valencia, Castellón, Tarragona, Bacerlona, Gerona, Francia, Suiza, Ginebra. Cada kilómetro hacia la terrible desolación llamada muerte. La muerte de tu hijo. Continúa la cita:
[...] Antonio fue incinerado el lunes 3, a las 2 de la tarde. El 4 de julio por la noche me trasladaron de urgencia al Hospital Cantonal. En las primerísimas horas del día 5, tuve un infarto. Estuve en el Cantonal tres semanas, cuatro en la clínica de la Lignière. Luego, me reincorporé al Palais, donde ya he estado dos semanas. Hace dos meses largos de su muerte.
Una memoria intelectual. Citas de libros, comentarios fugaces. Una muerte. Como un puñal. Inesperado. Real. Las referencias a tu hijo reaparecen hasta el final del diario, once años después. Sólo te queda dolor:
28 de febrero de 1990. Hoy, hacia la una y media, recogí las cenizas de Antonio en Saint Georges. Caía una lluvia menuda y fría. volví a sentir un intensísimo dolor. Hace ocho meses exactos de su muerte. 
[...] 
28 de junio de 1991. Segundo aniversario de Antonio. Estoy en Ginebra. [...] Llorar por lo perdido. Qué más da. No deja huella el pie en la arena que no cubra la lenta subida de las aguas. [un recorte de periódico anuncia una misa conmemorativa] (Yo no supe que se celebraba este acto ni fui consultado sobre su celebración).

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