viernes, 26 de julio de 2013

En comunión con el agua

Estoy viendo las competiciones de natación de Barcelona, y hasta ahora no le había prestado atención a los saltadores. Me encanta ver cómo entran en el agua, dejan el mundo para sumergirse limpiamente. Es una lástima que la cámara acuática los muestre abandonar rápidamente el agua. Podrían bajar al fondo, donde nadie les podría molestar, y pensar en el instante en que se sumergieron, y disfrutarlo.

El agua tiene un nosequéquequéseyo. Un elemento atractivo inefable.

En una calle contigua a donde yo nadaba, había muchas mujeres nadando; sonrientes, alegres, risueñas todas atentas al instructor. Cuando empezaron a salir, apareció una tropa de mujeres encinta. Hasta ese momento, la piscina cubierta había sido una balsa de agua rebosante de vida. Le pregunté a una de ellas, y me comentó que venían a un curso de matronatación. Me alegré, le deseé un buen día y le di las gracias y seguí nadando.

Los niños nonatos controlaban a sus madres desde un panel de control en la placenta. Eran verdaderos conductores que querían sentir a sus depositarias libres y hacerlas sumergirse para que conocieran el mismo estado de placer en que estaban sumidos. Aquellos fetos estaban enamorados del líquido elemento y querían hacer partícipes a sus madres de sus pasiones prenatales. Era una forma ideal de asegurarse que aprenderían a nadar pronto, que de niños podrían bucear si sus madres conocían las buenas sensaciones dentro del agua. Todo un plan emocional orquestado con paciencia.

Es magnífico sentirse en comunión con el agua.

viernes, 19 de julio de 2013

Valente, 13 años y un día

Valente veneró la luz

Y sin embargo, su casa está cerrada. Las ventanas y las puertas. A lo mejor, no lo sé, la luz baja las escaleras de caracol que vertebran el sótano con la terraza. Yo no puedo saberlo, sólo se de una fachada cuidada, una plaquita de plástico y una calle bautizada JOSÉ ÁNGEL VALENTE.

Esa luz, si bajara, ¿cuidaría que estuvieran los cuartos iluminados? ¿cómo llenar de luz un cuarto cerrado, una casa deshabitada? Almería, si echa la vista atrás, significa espejo del mar. Tan clara, tan limpia, que cumple la idea de Borges, el mar como un desierto de cristal; y esto es magnífico, porque el desierto se hace absoluto en la tierra almeriense. Es inherente.

Quiero imaginar a Valente subiendo las escaleras de caracol de su casa, llegando a la terraza, cada mañana, a venerar el sol que aparecía y regalaba su presencia. Los grandes ventanales abiertos en las habitaciones, y la luz omnipresente. El mejor regalo para un gallego que conoció la lluvia y la niebla.

Voy a pensar, para escribir esto, que su casa lleva deshabitada trece años. Trece largos años sin luz. Para abrirla, y arreglarla, se buscarían por las costas que cercan el desierto de Almería alguien capaz de restaurar la casa. Encontrarían a alguien orando en un campo de pitas. El orante abrirá puertas y ventanas, solicitará que mujeres embarazadas habiten la casa, gestando vida hasta dar a luz. Aún nadie ha comenzado la búsqueda del orante.

Valente veneró la luz

lunes, 15 de julio de 2013

Bolaño

Bolaño murió en el 2003, la madrugada del quince de julio. Mientras el mundo literario se conmocionaba con la noticia, yo probablemente estaría en la playa, jugando en la orilla con mis padres. Con diez años, la única producción literaria que yo veneraba era la de Tolkien, producción que devoré ese mismo año. La muerte devoraba a Bolaño y un niño de diez años devoraba a Tolkien. Cada loco con su tema, y comiendo en todos lados. 

Supe de Bolaño en 2011. Leí Los detectives salvajes, y paladeé los desiertos de Sonora muy despacio, con la precaución de disfrutar cada bocado. Guardo un excelente sabor de aquel libro. Preguntando por Roberto Bolaño, me han dicho que es lo mejor que ha parido América Latina después de Borges. Buscando información, he leído que adoraba a Borges. Tenía buen gusto.

jueves, 11 de julio de 2013

Epílogo a una odisea

Suena "La aurora de Nueva York" de Enrique Morente

Me reencontré con Pasionaria a la vuelta. Estuvo en Salamanca y aprovechó el tiempo en Madrid. No perdió ni un solo segundo. Y ahora debía volver, tenía que corregir, tenía que hacer cosas. Tenía que continuar su labor de hormiga, sin prisa pero sin pausa. A mi me encontró distinto, la experiencia había sido provechosa y alucinante, había visto mucho y me había quedado con ganas de ver más. Se agotaron muy rápido los días. Cinco días aprovechados, disfrutados, exprimidos.

Deja Madrid de ser parte de un imaginario adolescente a ser una realidad aprovechable. La experiencia no fue para menos. Debo volver de vez en cuando, ver qué se respira, qué se lee, qué ambientes se viven. Luego quedará tiempo para filtrar las experiencias en el Realejo.

esta aventura ha sido un privilegio
aprovecharla
desecharla
pertenece al libre albedrío

lunes, 8 de julio de 2013

Madrid IV - De rerum natura

Durante cinco mañanas escucho diez monólogos y comparto mi opinión dos tardes más. Escucho mucho, hablo poco, y debo aprovecharlo para pensar más. Aprovechar a la vuelta lo aprovechado en esta estancia sería la guinda del pastel. Basta con hacerlo. Hacerlo es querer hacerlo. Si no lo hice, no quería hacerlo.


Guardo con cariño un monólogo que ponía sobre la mesa una vida, la posición de la Literatura en esa vida, donde se hablaba de festines literarios y situaciones vitales. Iba aderezada de sonrisas sinceras, sonrisas atentas, de esas que esperan ser agradables, que construyen una buena sensación. Hay mucho jugo para hacer un ensayo sobre la sonrisa. La sonrisa más terrible quizás sea esa que se utiliza como armadura, un escudo para evitar encuentros y evadir situaciones; una sonrisa meritoria de estar en el podio sería esa abierta, tan linda que cuando te la dedican parece un abrazo. 

La quinta mañana se cerró como se abrió la primera, con sencillez. Y se cerró más cargada de información que la primera. Fueron días fructíferos, que habrá que aprovechar a la vuelta. ¡La vuelta! ¿Ahora que me había acostumbrado a estar aquí?

viernes, 5 de julio de 2013

Madrid III - Librerías y bibliotecas

Me he montado una ruta de librerías, y me quedo con dos joyitas, cada una a su modo: Tipos Infames y La Central. Un local que daba gusto estar ahí y un edificio que bien podría pasar por cuerno de la abundancia. Y ya de por sí cargados de grandeza, eran algo más que estantes abarrotados de libros. Eran dos modelos de librería distintos, en la vanguardia de su formato.

En el folio de papel reciclado, doblado por la mitad, estaba escrito: Tipos Infames, narrativa independiente, San Joaquín 3. Ea, de Sol por Montera a Gran Vía y por Fuencarral hasta aquella calle. Todo bien, la descubro y entro. Paredes blancas, bien. Estantes a reventar, bien. Una barra de cafetería, sorprendente. Con sus máquinas para café, sus asientos altos, sus dependientes barbudos con camisa y su bohemio de turno con una copa de vino blanco y un libro. Que chute de alegría. En pleno ataque espontáneo entró una chica para sentarse en una mesita junto al escaparate, chica cuya actividad en la librería mientras estuve presente fue la siguiente: pidió Coca-Cola, volvió a la mesa, bebió, miró al horizonte (títulos de Anagrama), llegó otra chica que pidió una copa de vino tinto y charlaban en el momento en que me fui. En todo ese tiempo, aluciné de estante en estante, felicité a los libreros, elegí un libro, charlé brevemente con los barbudos, pagué el libro, les deseé mucha suerte a los libreros, salía de la librería, agradecía a los barbudos el trabajo que hacían. Sonreí a la calle San Joaquín.

Siguiendo el folio de papel reciclado, doblado por la mitad, seguía escrito: La Central de Callao. Callejeé hasta la Gran Vía, llegué a Callao y encontré la Central junto a una bocatería Rodilla, clásico madrileño que no entra en mi canon gastronómico. Siguiendo la cuestión alimentaria, la planta baja del edificio tiene una cafetería la mar de americana, con sus muffins, sin sus magdalenas, con sus donuts, sin sus palmeras. Esto es, claro, cosa prestigiosa. Aunque claro, cabe la posibilidad de que el consumidor medio de la librería desconozca la lindísima tradición pastelera granaína (sí, granaína, granadina es una bebida); porque si no, otro gallo le cantaría a la cafetería de la planta baja. Arriba me esperan secciones de poesía, narrativa, narrativa sin traducir, teatro, estudios, crítica y juguetitos infantiles que bien compraría para mí. Esto es, claro, una librería amplia, de fondo, una señora librería, para un público más especializado. Buscando, encontré inéditos de Octavio Paz, que dejaron de serlo gracias a la UNAM, y cosas fantásticas. De allí me llevé otros dos libros. Librería esta que giraba en torno a un patio central con letras en las paredes exteriores, ligeramente laberíntica, arrastrando una decoración que, ¡gracias! era tan vanguardista como el catálogo que ofrecían.

Anoto mentalmente la voluntad de volver a Madrid con ahorros sólo para dilapidarlos en ambas librerías, entronizarlas como sedes de construcción de mi biblioteca personal. Si a Borges le enseñara esto, no se qué diría.

jueves, 4 de julio de 2013

Madrid II - Identidad como vitalidad

Una mujer me habló la mañana del lunes. No había venido sola a este mundo, iba acompañada de otra mujer como ella. Murió, que poco original, y quedó sola nuestra mujer primigenia. Ella, que creía que juntas llegaron y juntas se irían, quedó desorientada en la vida. Lo más normal del mundo era la excepción; había venido naturalmente orientada, naturalmente acompañada, extrañamente se quedó sola. Saramago le dijo que, si bien habían sido una persona en dos cuerpos diferentes, ahora quedaban dos personas en un mismo cuerpo. Insólito, pero cierto: nuestra mujer primigenia continuó siendo ella misma, y recogió el testigo vital de su gemela. Además de insólito, meritorio que haya sido capaz de organizar dos vidas en una sola cotidianidad. Ella me habló de la identidad, y que cosa más sencilla; no lo es tanto.

lunes, 1 de julio de 2013

Madrid I - Partida y llegada

Empecé el viaje como mejor se puede empezar: perdiendo el autobús. A priori es mala suerte, pero salir más tarde fue un regalo con nombre de mujer: Pasionaria. Una doctora paraguaya en Bioquímica con la que salí de Granada dirección Madrid. Me regaló un trayecto ameno, una conversación agradable y una lección sobre América Latina; entronizamos a Lula da Silva, a José Mujica y al pueblo de Brasil. Supe de sus jóvenes ganas de ser actriz, de su suerte cuando recibió una beca en Washington, de su mayor suerte cuando pudo conocer Granada (considera a Granada la ciudad más hermosa del mundo, una ciudad de ensueño, después le sigue Cartagena de Indias, que considera pintoresca y hermosa). Hablamos de gastronomía, Literatura (Borges es complejo y Vargas Llosa, directamente, no le gusta) y Universidad, me encantó el uso constante de la palabra maestría, ¿por qué no abandonamos el máster y utilizamos esa hermosa palabra? No estoy siendo del todo sincero, lo que más me gustaba era su forma de hablar. Era una mezcla entre un porteño y un limeño, como si juntásemos un acento uruguayo y otro venezolano. Lindo.

Ocurrió un hecho mastodóntico. Hicimos una pausa en un área de servicio, Puerta de Andalucía, justo antes de entrar en Despeñaperros y abandonar una tierra que es un paraíso. La magnánima situación ocurrió junto a nuestra mesa: un bebé. Algo más que un bebé, un bebé que andaba. Prodigio de la cotidianidad, este momento no tenía ni pizca de ternura o amor, fue un acto de superación, de grandeza, de progreso. Entre este bebé y Armstrong apenas hay una barrera cosmográfica. Andaba, pero andaba con dificultad, con pesadez, como un principiante. En esta ficción, diré que sus primeros pasos los había dado tres noches antes de este viaje en el salón mientras su papá casi terminaba un puzle de un olivo. Aquel, claro, era un ejercicio más dentro de su nuevo programa de entrenamiento, pero tan iniciático que esas piernecitas luchando por seguir en pie, por dar un paso más, por no caer, tan tensas, tan concentrado, que era un ejemplo de superación totalmente poético. Maravillosamente real.

Pasionaria sonrió ante aquel elogio a la superación. Me habló de su tenacidad, de su capacidad de ser hormiguita, de no parar de trabajar, de tejer telas de araña, sin prisa pero sin pausa. Tricotaba. Al poco de pasar Despeñaperros, en La Mancha, se durmió. Despertó en Madrid, pasó por tierra quijotesca de la mejor manera posible, ¡soñando! Claro que despertó cargada de energía, preparada para seguir una labor lenta pero segura. Nos despedimos en la estación, ella iba a por un taxi, yo iba como los topos, bajo tierra, dirección Atocha, dirección Aranjuez, dirección Literatura.

Por cierto, minuto 42:05. Brasil gana uno a cero. Mi compañero de habitación muerte la almohada, servidor teclea. Quizás sea una traición a mi mismo mentar al fútbol, pero lo consideraré esta noche una licencia artística. Suspira. Atiende al televisor. Hemos cenado en los 100 Montaditos. Minuto 43:44. Brasil marca, dos a cero. No tenían Coca-Cola, así que pedí Pepsi.