Durante cinco mañanas escucho diez monólogos y comparto mi
opinión dos tardes más. Escucho mucho, hablo poco, y debo aprovecharlo para
pensar más. Aprovechar a la vuelta lo aprovechado en esta estancia sería la
guinda del pastel. Basta con hacerlo. Hacerlo es querer hacerlo. Si no lo hice, no quería hacerlo.
Guardo con cariño un monólogo que ponía sobre la mesa una
vida, la posición de la Literatura en esa vida, donde se hablaba de festines
literarios y situaciones vitales. Iba aderezada de sonrisas sinceras, sonrisas
atentas, de esas que esperan ser agradables, que construyen una buena
sensación. Hay mucho jugo para hacer un ensayo sobre la sonrisa. La sonrisa más terrible quizás sea esa que se utiliza como armadura, un escudo para evitar encuentros y evadir situaciones; una sonrisa meritoria de estar en el podio sería esa abierta, tan linda que cuando te la dedican parece un abrazo.
La quinta mañana se cerró como se abrió la primera, con sencillez. Y se cerró más cargada de información que la primera. Fueron días fructíferos, que habrá que aprovechar a la vuelta. ¡La vuelta! ¿Ahora que me había acostumbrado a estar aquí?
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