viernes, 19 de julio de 2013

Valente, 13 años y un día

Valente veneró la luz

Y sin embargo, su casa está cerrada. Las ventanas y las puertas. A lo mejor, no lo sé, la luz baja las escaleras de caracol que vertebran el sótano con la terraza. Yo no puedo saberlo, sólo se de una fachada cuidada, una plaquita de plástico y una calle bautizada JOSÉ ÁNGEL VALENTE.

Esa luz, si bajara, ¿cuidaría que estuvieran los cuartos iluminados? ¿cómo llenar de luz un cuarto cerrado, una casa deshabitada? Almería, si echa la vista atrás, significa espejo del mar. Tan clara, tan limpia, que cumple la idea de Borges, el mar como un desierto de cristal; y esto es magnífico, porque el desierto se hace absoluto en la tierra almeriense. Es inherente.

Quiero imaginar a Valente subiendo las escaleras de caracol de su casa, llegando a la terraza, cada mañana, a venerar el sol que aparecía y regalaba su presencia. Los grandes ventanales abiertos en las habitaciones, y la luz omnipresente. El mejor regalo para un gallego que conoció la lluvia y la niebla.

Voy a pensar, para escribir esto, que su casa lleva deshabitada trece años. Trece largos años sin luz. Para abrirla, y arreglarla, se buscarían por las costas que cercan el desierto de Almería alguien capaz de restaurar la casa. Encontrarían a alguien orando en un campo de pitas. El orante abrirá puertas y ventanas, solicitará que mujeres embarazadas habiten la casa, gestando vida hasta dar a luz. Aún nadie ha comenzado la búsqueda del orante.

Valente veneró la luz

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