viernes, 26 de julio de 2013

En comunión con el agua

Estoy viendo las competiciones de natación de Barcelona, y hasta ahora no le había prestado atención a los saltadores. Me encanta ver cómo entran en el agua, dejan el mundo para sumergirse limpiamente. Es una lástima que la cámara acuática los muestre abandonar rápidamente el agua. Podrían bajar al fondo, donde nadie les podría molestar, y pensar en el instante en que se sumergieron, y disfrutarlo.

El agua tiene un nosequéquequéseyo. Un elemento atractivo inefable.

En una calle contigua a donde yo nadaba, había muchas mujeres nadando; sonrientes, alegres, risueñas todas atentas al instructor. Cuando empezaron a salir, apareció una tropa de mujeres encinta. Hasta ese momento, la piscina cubierta había sido una balsa de agua rebosante de vida. Le pregunté a una de ellas, y me comentó que venían a un curso de matronatación. Me alegré, le deseé un buen día y le di las gracias y seguí nadando.

Los niños nonatos controlaban a sus madres desde un panel de control en la placenta. Eran verdaderos conductores que querían sentir a sus depositarias libres y hacerlas sumergirse para que conocieran el mismo estado de placer en que estaban sumidos. Aquellos fetos estaban enamorados del líquido elemento y querían hacer partícipes a sus madres de sus pasiones prenatales. Era una forma ideal de asegurarse que aprenderían a nadar pronto, que de niños podrían bucear si sus madres conocían las buenas sensaciones dentro del agua. Todo un plan emocional orquestado con paciencia.

Es magnífico sentirse en comunión con el agua.